lunes, diciembre 12, 2011

Quizás no haya mejor - o peor - momento para escribir un post como éste. Los tiempos navideños despiertan aspiraciones dormidas, cobijadas confortablemente por la rutina.
Cavilando, como se suele hacer los domingos, se me ha ocurrido que la nostalgia es el signo más claro del fracaso. Claro está, no me refiero al fracaso individual [1]. Sin embargo, el recordar tiempos mejores con un sentimiento profundo de añoranza es la evidencia de la decadencia de las aspiraciones de un colectivo que erró, así como una historia que cuenta hazañas que no eran las que se soñaban.
Ahora, en pleno diciembre y muy cerca del fin del año, quisiera pensar que no nos pasará lo mismo o que en todo caso, nuestras aspiraciones sean superadas por nuestra historia.
Pueden decir que este tipo de cavilaciones, tan típicas de un domingo decembrino, son también propias de alguien que ingresa en la adultez definitiva. Porque una vez llegados los 30 años no quedan excusas, no hay espacio para prepararse para ser grande y hacer historia. En adelante, la cuenta es regresiva.
Tengo la esperanza de que mi huella sea más que una veta en el suelo, un aliento disuelto en la galaxia. Tengo la esperanza de no extrañar en un futuro este presente tan imperfecto y tan bello a la vez. Porque tengo la esperanza de que el futuro que hagamos juntos, desorganizada y voluntariosamente, sea imperfecto y bello, pero mejor.
Por más extraño que suene. Lo bueno es que en este mes, caben todos los sueños.

1. Ustedes dirán que hay muchas personas que sienten nostalgia y son exitosos e, incluso, felices

martes, octubre 25, 2011

Hace años me hubiera gustado ser narrador deportivo o comentarista. Quizás comentarista, porque lo mío es un comentario. Por eso es que me cuesta desarrollar mi proyecto de escribir un libro, porque para desarrollar una historia coherente y atractiva, personajes redondos y eventos impactantes, se requiere narrar y no comentar.

Por eso tengo un blog donde comento cosas, más que contar cosas. Tengo una habilidad clara y contundente para hablar de cosas que no han pasado o para hablar de cosas que pasaron como si nunca hubieran pasado.
Es una habilidad que puede llegar a ser desconcertante - ¿irritante? para la gente que requiere de concreción, asidero o simple claridad.

El comentario es una acción interesante. Me pregunto como puede una persona ser un profesional del comentario, un experto en decir cosas que no describen nada sino que establecen una dudosa relación entre un evento y otra cosa. Como es el caso de las estadísticas en un partido de béisbol, las relaciones de pareja de los jugadores de fútbol o el significado de la afectividad púber en nuestro juego político.

Hay personas que afirman que uno de mis defectos es que nunca puedo quedarme callado ante una opinión contraria, incluso se ha afirmado que soy conflictivo. No quisiera por supuesto negarlo en demasía, sino más bien reconfirmarlo a través de una respuesta que pretende ser avasallante o en todo caso polémica y dejar la puerta abierta al debate.

Mi gente dice que "si no la gano, la empato". Esa es la definición clásica de mi manera de argumentar o de mostrar mi punto de vista, según la gente que afirma conocerme. Sin embargo, en otras ocasiones he dicho que nadie gana en una conversación, porque las conversaciones son elaboraciones colectivas, no competencias. Claro está, en defensa de mis descriptores, que mi definición de conversación no implica que yo converse de esa manera tan constructiva y colaborativa.


Sin embargo, debo decir en mi defensa, que en cualquier circunstancia toda afirmación dispara automáticamente una posible respuesta. Para decir esto me apoyo en Protágoras, Bajtín,y Billig.
En consecuencia, yo sólo estoy pronunciando una de las respuestas posibles. Tomando en cuenta la tradición, es una respuesta que tiene una probabilidad alta de quedar silente. Por ello, mis opiniones suelen estar agradecidas conmigo y quizás por ello, sigan renovándose a modo de comentario, consistentemente.

Y el agradecimiento es mutuo. Toda vez que existan eventos sin ocurrir aún, agradeceré que puedan ser comentados sin aspirar a predecirlos. Mientras hayan hechos inconexos que puedan asociarse arbitrariamente, agradeceré la bendición de juntarlos en un párrafo. Cada vez que haya una idea insensata que pueda servir de respuesta a una afirmación autoevidente, allí estará el comentario solitario, irritante y persistente.

Y por cada empate con la serenidad de la autoevidencia, esperamos que las narraciones pierdan solidez. Así los duros hechos cotidianos pueden volverse menos normales. Quizás nos volvamos cada vez más intolerantes con aceptar decisiones que podamos cambiar. Y puede ser que cada vez seamos menos exigentes con destinos que no hemos forjado nosotros. Pero sobretodo, más decididos a someternos a las consecuencias de nuestro libre albedrío.

martes, septiembre 27, 2011

Todos los cambios, incluso los más esperados, tienen su melancolía; porque lo que dejamos atrás es parte de nosotros mismos; debemos morir en una vida para poder pasar a otra.
Anatole France

Me gusta esa cita. Me gusta leer acerca de Anatole France y confieso que nunca he leído su obra. Pero eso no es tan importante. Volviendo al punto, me parece que de las muertes y renacimientos vividos, uno de los más contundentes debe ser la adultez - por ser irreversible.

Eso me recuerda mis días universitarios, cuando conversaba acerca de Kant – sin haberlo leído lo suficiente – y pensaba acerca de la mayoría de edad como concepto. De verdad es interesante ponerle calendario a la responsabilidad. Quizás me califiquen de pesimista, pero tengo la sensación de que la responsabilidad es una noción que expiró hace varios años atrás. Mis pruebas son lamentablemente contundentes.

Los responsables andan molestos por la calle, incómodos, frustrados, ansiosos, agotados [1]… Mientras que los irresponsables andan sueltos, ligeros como una pluma y gozando de una excelente salud. La responsabilidad intoxica, como todo producto vencido. El responsable siente que sufre por la irresponsabilidad de otros, cuando en realidad está siendo envenenado por las moléculas atrofiadas del compromiso con un mundo mejor, el inconformismo y la justicia.

Y si la responsabilidad es un concepto vencido, entonces la adultez también [2]. Lo cual me parece justo. La adultez solía ser un atributo exclusivamente masculino y caucásico, al igual que la riqueza, el poder y la gloria. Todo eso se democratizó, lo cual no me molesta, porque no soy tan caucásico que digamos. Pero cuando el pobre lava llueve, y parece que el propósito humano occidental se quedó afuera de la nevera y huele mal.
Claro está, podría haber algo que llene el vacío que ha dejado la responsabilidad. Pudiera ser el autoritarismo, el caos, la desolación y la destrucción de los vínculos sociales existentes. Aunque prefiero pensar que, simplemente, no sabemos que pueda pasar.

1. Nótese como pongo en tercera persona a los responsables. Es sólo un recurso literario, no pretendo acusarme de irresponsable. Esta nota a pie de página va dirigida especialmente a los psicoanalistas.

2. Aunque todos los griegos no sean griegos y Sócrates sea griego. Es decir, que esta afirmación es una deducción falsa más bien grosera, pero forma parte de mi argumento. Quedan advertidos.

miércoles, julio 27, 2011

Mis lectores habituales – que no llegan a más de unas pocas decenas de conocidos – habrán notado que tenía mucho tiempo sin escribir. Meses de aridez narrativa, pero no de vida, ni mucho menos de pensamiento. Quizás mi aparatoso aterrizaje en tierra patria, hace más de medio año, me haya afectado la masa encefálica, dejando mis nervios alterados y mi rayo láser narrativo bastante averiado. Pero esa aridez no ha sido inerte y mi compromiso es mostrarles que he intentado varias cosas antes de escribir este meta-post.
El último intento de post, era acerca del clasismo, la estigmatización del nuevo-riquismo como manifestación de nuestro odio por el ascenso social, así como el terror al secuestro express como nuestro propio miedo a dicho ascenso. Sin embargo, me di cuenta de que potenciales lectores se ofenderían tremendamente con este post, y probablemente no entenderían el primer párrafo, que iba más o menos así:

Nuestro día a día destila un clasismo potente, discriminador con un tono rabioso, dispuesto a humillar a los pobres con todos sus bríos y destronar a los ricos sin contemplación. El ideario cotidiano nos advierte de mil maneras los males de la riqueza, los riesgos implicados y el ridículo al que se expone aquel que se atreve a tener éxito en el llamado, paradójicamente, ascenso social.

Apenas lo leí, me di cuenta de que el mojo de blog no estaba allí, que se había quedado en otra parte o que se fue. Porque esa vaina parece el primer párrafo de un artículo de revista académica o peor aún, pseudo-culta. En un intento anterior, quería escribir una réplica al regaño que nos echó Aquiles Báez por distraídos e incultos, que empezaba más o menos así:

Desde pequeño uno empieza a asumir cosas, como que uno es flaco o gordo, alto o bajito, nervioso o extrovertido. Estos supuestos poco a poco empiezan a cobrar vida bajo la piel y se apoderan de nuestro cuerpo, mente y espíritu. En algún momento nuestras creencias acerca de nosotros mismos se convierten en parte de nuestro ser. En ese momento, difícil de determinar, nos convertimos en bronce y dejamos de ser cobre, por decirlo de alguna manera.

Pero esa metáfora del cobre y el bronce demostraba lo dañado que estaba mi proceso creativo, una vaina loca, como dice la canción – que seguramente Aquiles odia – pero que a mí me parece divertida, lo que debe tener algo que ver con el hecho de que nunca he podido coordinar un punteo más complejo que Come as you are... (a diferencia de Aquiles, que es demasiado vergatario, pero que cree que uno anda caminando apercibiendo el arte en el aire, a ver si te lleva por delante un motorizado o caes en un charco como el propio bolsa).
Por eso hoy, mientras iba a la oficina por la mañana, pensando en todas las cosas que he hecho este año,  los retos que se asoman y lo que queda, me propuse hacer un meta-post, para poder refrescar el papel virtual un poco y volver a ustedes, mis escasos, pero queridísimos lectores (nos lo veo como pocos para mal, sino más bien como una élite de infinita paciencia y agudo entendimiento).

martes, abril 26, 2011


Con cierta frecuencia encuentro el presente desesperanzador y falto de sentido. Sin dejar a un lado que mis aspiraciones más básicas y fundamentales se ven inalcanzables con una periodicidad semanal.
Los libros de autoayuda me ven desde los estantes, así como los demonios acechaban a los vagabundos hambrientos en los callejones letales de la París medieval. Sin embargo, hay algo acerca de esta literatura que me frena a confiarle mis decisiones.
Lo primero, es que la gran-mayoría de los “consejos” que da un libro-de-esos raya en lo obvio. Por ende, la gran-mayoría de mis amigos puede decir algo mejor, más interesante y más pertinente. Adicionalmente, los libros no se toman cafés con uno, ni mucho menos cervezas. Y leer un libro de autoayuda tomándose un café viola todas las reglas de la lectura de autoayuda y de la vida bohemia al mismo tiempo. Para completar, la literatura uránica, por llamarle de alguna manera más breve, es autoritaria, no reconoce a los autores que parafrasea y asume una pretendida sabiduría que es intransferible-por-defecto y contribuyen a que la gente justifique su modo de ser, en lugar de ayudarlos a mejorar.
La gran trampa de la autoayuda es que da el “consejo” que estás esperando, la “respuesta” que buscabas. La literatura uránica es el equivalente al botón de posponer del Outlook, que te permite dejar para después el cambio que es verdaderamente importante. Dando a entender que uno está creciendo al tragar píldoras pseudo-psicológicas de oscura autoría.
Quizás mis prejuicios contra la literatura uránica vengan de la tristeza de la gente que lee esos libros. Y que los sigo viendo tristes, cada vez más hundidos en sus flaquezas, su falta de determinación y con su ego atrofiado sujetado endeblemente por los palillitos de las afirmaciones positivas, empapado de gotas de las flores de bach.
Yo, en cambio, ya me siento mejor.

domingo, marzo 13, 2011


Quizás lo más apropiado para un blog como La Pipa sea escribir con retraso una reflexión acerca de las diferencias de género. Al menos un par de días después del Día Internacional de la Mujer.  Es un tema de principios escribir con retraso, en medio de tanto twitteo, de tanto inmediatismo demente y tanta pseudo-noticia que corre por ahí, como si las noticias se definieran por la profesión de sus autores y no por su calidad periodística (1). Pero eso es harina de otro costal, como decían los abuelos. Lo nuestro en este post – que no artículo, ni reportaje, ni ensayo, ni crónica – es acerca de la misteriosa desigualdad e injusticia en la participación de las mujeres en los círculos del poder y la riqueza. Les advierto, en caso de que hayan perdido la costumbre, de que este post es estrictamente especulativo y se basa en un análisis poco riguroso, que pone el entretenimiento del argumento por encima de su sensatez. Ahí les va.
En las relaciones de pareja, la tradición dicta un orden de funcionamiento, un flujo de poder, un circuito de rituales no negociables que se asumen como necesidades indispensables de una relación sana. Estos rituales, de manera tangencial y siniestra, le hacen creer a los débiles que reclaman sus derechos y los elevan, mientras que a los fuertes les hace creer que cuando ceden dan un tanto de su poder inoculado por canales Divinos. Entre estos rituales está la función del hombre como político – al estilo adeco, acaso ahora esté cambiando en época de revolución. Es decir, el varón asume a disgusto la necesidad de ser tema de conversación de las amigas de la pareja (1), visitar a la familia e incluso de besar muchachit@s (nótese lo escalofriante del paralelismo). En algunos casos el varón-político hace dádivas (como comprar la carne de la parrilla), hace gestos de aberrante populismo (como cocinar la parrilla), para luego develar su carácter pérfido al distribuir de manera arbitraria la riqueza y asumir con tiranía individualista el destino de su pueblo (como sentarse a jugar dominó con sus panas y dejar en su círculo de amigotes la mejor parte de la parrilla y las cervezas del fondo de la cava).
La mujer, en cambio, no goza de este entrenamiento sistemático y asume como un triunfo darle las más vitales enseñanzas al potencial gobernante. De hecho, este entrenamiento es bidireccional y define a la mujer como audiencia, como “poderoso” que se manifiesta a través de otro, mediante el oxímoron de la democracia representativa. En este sentido, los rituales que definen las relaciones de pareja construyen a su vez al votante y solidifican su necesidad de ser tomado en cuenta (3) para tener poder. En definitiva, esta práctica cotidiana y ancestral no sólo transmite un saber fundamental al tirano, sino que también hace que tanto opresor como oprimido se acostumbren a sus roles.
En conclusión, el caudillo criollo no nace en el seno de la milicia, ni del tradicionalismo andino, ni del heroísmo sanguinario de los llanos. El caudillo criollo se hace cuando se enseña al varón a seducir a muchas (algunos mujeriegos insolentes tienen alcance nacional y sus parejas adquieren el carácter de colectivo), a sostener posiciones de complacencia pragmática y a jugar su papel de figura pública con solemnidad. Claro está, esta dinámica venenosa no será vencida si los hombres chismean con sus amigotes acerca de sus parejas, ni mucho menos si asumen que es indispensable que sus novias sean las que jueguen dominó despóticamente, mientras los varones friegan las tablas de la parrilla llenas de guasacaca. Esto sólo depura la base de caudillos, seleccionando a los más intransigentes y obtusos, desplazando a los más considerados hacia el colectivo electorero. El futuro del caudillismo y de la igualdad de género pasa por redefinir los roles, por crear nuevos espacios de poder y se aprecien cosas menos vernáculas como la gracia y la humildad.
Quizás algún día, lleguemos a ese mundo utópico en el que hombres y mujeres hagan la parrilla juntos y se pongan de acuerdo para poner las smirnoff al lado de las cervezas en el fondo de la cava.
1. A pesar de que los Medios Sociales no son malos en sí mismos, bien pueden ser una herramienta útil de investigación periodística. Ver: http://bit.ly/alsWQW
2. Quizás llame la atención que el nuevo caudillo busque ser tema de conversación. Siempre que sea inofensivo para su ego.
3.  Como si el poder auténtico no necesitara el reconocimiento de otros, dirán ustedes.

sábado, enero 15, 2011

En el post anterior ofrecí hablar en un nivel más abstracto, menos comprensible y más aburrido, todo el asunto del cuestionamiento de la realidad para nuestra generación. Por supuesto, no entraré en los detalles aún más aburridos de las características generacionales, ya que entrar en el tema de nuestra identidad es ya, de por sí, un asunto bastante delicado. Empezaré, en cambio, por amarrarme al suelo patrio, reclinarme y pegarme al piso para que el impulso mental me lleve a otro punto de razonamiento.
Cuando llegué a Caracas, durante la primera semana, escuché repetidas veces: "Bienvenido al país de lo real". La fuente de la sentencia por lo general fueron adultos mayores de 50 años. Gente, digamos, que nos precede. En general, son quienes nos enseñaron como debían ser las cosas, nos dieron los pasos a seguir y ahora andan con las manos en la cabeza. Al igual que nosotros no entienden que pasó entre el punto A y el punto B del plan; ya que se suponía que la realidad obedecía ciertas reglas y mayor trabajo llevaba a mayor orden y mayor orden a mayor prosperidad y mayor prosperidad a desarrollo nacional y finalmente a la felicidad absoluta. Esta felicidad absoluta, por supuesto, se refiere a autobuses que funcionan por horario, tranquilidad y orden armonioso, metros donde la gente no pide real y sombras inofensivas.
Ya sabemos que la fórmula no funcionó, lamentablemente, porque las fórmulas de antaño carecían de sujetos gramaticales y nunca se pensó que mientras más trabajaban y más ordenados eran unos menos trabajaban otros, que el orden de aquellos era diferente del nuestro y que esta fórmula le dio prosperidad a unos pocos.
Ahora, justo cuando nos tocaba a los que nacimos clase media volvernos millonarios - como cuando nuestros ancestros que andaban limpios nos trajeron a la clase media - se vence la fórmula del ascenso social. Y ese vencimiento, es lo real.
Lo real es el monte que se come la grama vorazmente en la casa de la playa, los zancudos hambrientos que chupan sangre azul en los campos de golf en el Country Club. Lo real es la presencia maligna que acecha en las sombras de la ciudad, los millones de personas que han esquivado balas en Caracas, el vallenato en el bus. Por eso, nuestros sueños apuntan hacia lo banal: autobuses con horario, calles limpias y gente que cruza por los rayados.
El país de lo real es la destrucción de un proyecto de futuro, donde todos tenían asegurado el ascenso social mientras que estudiaran y trabajaran. La trampa que nos tendió lo real fue permitir que algunos "ascendieran" y otros no. Así, las fallas estructurales del proyecto se atribuyen a los individuos y a los ranchos que llevan las gentes en la cabeza.
Llegó el momento de inventarse algo más real, algo menos idealizado. El conocimiento nos condena al pesimismo, la ignorancia a la esclavitud. La astucia nos condena al individualismo predatorio, la inteligencia a la falsa superioridad paralizante.  La sensibilidad nos lleva al patetismo y la frialdad a una frustración rabiosa.
Ya lo sabemos y nuestra angustia es que no se nos ocurre nada. Hemos visto como las alternativas han fallado rotudanmente y todavía queremos nuestra calle limpia y sombras inocuas. Quizás el error más grave que podamos cometer es pensar que aún es posible lograr aquel viejo sueño y olvidarnos... que estamos en el país de lo real.