martes, diciembre 20, 2005

Los últimos días fueron de orgullo y alegría. Imagínense que mi pana del alma, Iván Pojomovsky se ha convertido en heredero de nuestros ídolos actorales más queridos y ha interpretado a su homónimo Iván (Karamazov)el fin de semana pasado. Con algo de suerte, la vaina se presenta para el público general. 4 escenarios diferentes, una versión excepcional para teatro por Elizabeth Albahaca, quien ya ha puesto a prueba nuestros espíritus y demonios previamente mediante los elencos magistrales del TET. ¡Dios como amo ese grupo! Lástima que no tuve el tiempo para lograr lo que ha logrado Iván, o mejor dicho, la decisión. Pero esta nota no es acerca de mí, no sólo Iván me hizo sentir orgulloso.
Ayer lunes, Carlos Villarino, otro buen amigo, recibió finalmente, luego de tantos contratiempos, lo que le correspondía por ser uno de los ganadores en el renglón de narrativa del Premio Monteavila 2005 a escritores noveles. He estado leyendo su libro de cuentos, Menarquias y otros fluidos, cuyo tiraje aún no ha sido distribuido en su totalidad. Se los recomiendo con toda mi sinceridad, porque no había leído antes a alguien capaz de exponer con tanta claridad y elegancia muchos de los episodios menos elegantes de nuestra existencia: la muerte, la sexualidad, el asco, el dolor... Todo ello elaborado mediante personajes que bien pudieran amanecer a nuestro lado un día, o asesinarnos en una calle.
Finalmente, y no por ello menos importante, Laura Silva, amiga invaluable, ha sacado su primer disco. Es de música venezolana, principalmente valses, a cuatro manos en piano. Si bien no he tenido la gracia de escuchar el disco, puedo asegurar que la calidad de la ejecución, tanto de Laura como de Gabriela da para escuchar la música venezolana con la energía, la delicadeza y el deleite que poc@s pueden dar mediante la música.

Sin más, ¡si así llueve que no escampe!