viernes, abril 30, 2010

Luego de leer y escribir por semanas aún sufro de una inquietante lentitud. Mi entusiasmo vacila ante la complejidad del reto: escribir un ensayo al día. Y,  ¿cómo es que - preguntarán ustedes - justo cuando estás hasta la cabeza se te ocurre perder el tiempo escribiendo en el blog? La respuestas es sencilla: para darme ánimo.
El ocio, desde mi perspectiva, no es la madre de todos los vicios. Es la fuente primigenia de las ganas de hacer las cosas. Quien no pierde el tiempo, no halla como utilizarlo. Nadie sabe lo que tiene hasta lo que pierde, dicen por ahí. Pues bien, así me pasa con el tiempo. Cada minuto lanzado por los aires se convierte en un minuto de trabajo apasionado, de pensamiento fértil y sin tregua, ¡de lanza de fuego intelectual!
Bueno... quizás exagero, pero como ven, he perdido apenas unos pocos segundos y ya me siento eufórico, ya creo que podría escribir no uno, sino dos ensayos hoy mismo, 6 horas pa' uno y 6 pal' otro. Y listo y me doy el lujo de que me sobre tiempo. Esta euforia tiene que tener algún sentido. Me pongo a pensar y recuerdo aquellas borracheras donde uno piensa en arreglar al mundo, lanzarse a presidente o montar un negocio infalible - como revolucionar la industria de las obleas y dominar el mercado nacional, reinvirtiendo la gigantesca ganancia. Sólo por poner un ejemplo. De hecho, perder el tiempo pensando en tonterías es tan estimulante, que no hace falta tomar más que un café. El dichoso café que puede terminar siendo un jugo sin azúcar. Porque ahora la gente tiene unos hábitos extrañísimos.
Recuerdo vagamente la contemplación, que es la única forma de perder tiempo que no me pone eufórico. Contemplar, dejar que la mirada se pierda entre las capas de la realidad, la memoria y el tiempo, para atravesar cada segundo y multiplicarlo en ensoñaciones. La contemplación, ya lo saben muchos de ustedes, es mi otra actividad favorita. Pero por razones distintas. Rompe la lógica aritmética del tiempo, hace que uno se proyecte en un lugar fuera de los límites del aquí y el ahora, en un vacío somnoliento y aplastante.
Pero bueno, luego de perder un par de minutos, ya me siento listo para escribir mis últimos ensayos académicos. Quizás los últimos en mi vida. Y no podían terminarse con calma, con planificación acertada y frialdad anglosajona.
Esto se termina con dramatismo, bailándolo pegao, sin saber si viene una cachetada o un beso apasionado. Así, con la vida, no se pierde el tiempo, se desliza una mano por el brazo de la responsabilidad, se le sujeta la cintura a la culpa y con un gesto de torero histérico se planta uno sobre el suelo: como si con ese paso se detuviera el flujo de la vida. Para distraer la existencia de sus obligaciones con una vuelta, y luego, dejándole caer en nuestros brazos, atrevernos a darle un beso.
¡Váyalo!

jueves, abril 01, 2010

Mi estado de aislamiento parece rozar el autismo. Mi pérdida de contacto con la realidad global me hace sentir como un yanomami, pero un yanomami que fue caraqueño y que fue soltado en un pueblo remoto en el centro de Gran Bretaña.
No he leído, visto, ni escuchado nada respecto al "mundo". Recientemente, durante una llamada telefónica, me comentaron que el Euro había bajado porque a Grecia le estaba yendo muy mal. En otra llamada me dicen que el tema de la energía/agua/clima sigue mal en Venezuela. Por un correo me comentaron que el horario laboral en Caracas está siendo controlado por el Estado, debido a la situación de emergencia.
Uno de mis co-habitantes en mi Chabono estilo inglés me comenta que Escocia está congelada y sumida en caos en pleno abril - valga la exageración, pero es el mismo cuento de "la puntica nada más". Y yo me pregunto: ¿Dónde estaba yo mientras todo eso pasaba? ¿Cómo sigo enterándome de todo por llamadas, correos y comentarios?
Pero quizás lo que me causa más inquietud, desde hace varios años, es la ferocidad con la que la "realidad" persigue a la gente - o simplemente a mí. Ya lo saben ustedes, que no leo el periódico, no veo televisión, ni escucho la radio. Simplemente porque estoy convencido - luego de una minuciosa investigación - que la relevancia de las noticias es minúscula, en relación al malestar que me generan. Mi supervivencia hasta el día de hoy evidencia varias cosas, que no necesariamente demuestran que los medios tradicionales son inútiles. 

1. La solidaridad de mis cercanos: quienes procuran mantenerme informado acerca de las cosas importantes, como la cantidad de muertos en los terremotos, las barbaridades que dijo mi presidente en su más reciente alocución, la cantidad de asesinatos/secuestros/robos/fiestas que ocurren cada día, dos o tres en Caracas durante mi ausencia, y todas esa información sin la cual, sin duda, hubiera perecido sin remedio.
2. Mi fortuna: toco madera mientras escribo esto y les pido hagan lo mismo - que me ha permitido sobrevivir a mi distracción crónica. He notado justo a tiempo que caminaba directo hacia los rieles del metro o cruzar la calle cuando no es, o preguntarle a la persona equivocada una dirección - aunque en Caracas es más fácil porque usan un uniforme para qué sepas que no son de fiar.
3. La sobreestimación del efecto mariposa: si bien suena muy interesante todo aquello de la interconexión de los fenómenos y uno se siente super-cool cuando piensa que cada movimiento que uno hace provoca terremotos, libera parte de la energía que el sol usa en cada explosión mega-cataclísmica y un gran ete-cetera pues... esta frase es tan larga que es casi incomprensible, pero muestra parte del punto... si todo estuviera tan interconectado como se supone, como es que sin saber nada de nada, sin leer ni media tontería, sigo en pie, como otros cientos de millones de ignorantes en este mundo de Dios

Ahora, esto explica mi supervivencia, parcialmente. Pero... ¿qué hay acerca de la furiosa realidad, que como sabueso de caza me olfatea y persigue adonde quiera que voy? ¿Qué motiva a la información odiosa a mostrarse desnuda, cual histérica, en mi cara, sin que yo le abra la puerta?
Tengo mis sospechas. Una, se basa en las sospechas de otras personas, que llamaré la gente-cool (1). La gente-cool opina que con el tiempo y la energía suficiente, las creencias de la gente se vuelven ciertas. Pero no en el tono romántico al estilo de Henry Ford ni nada de esas políticas anti-semitas, que terminaron siendo ejecutadas. A lo que quiero apuntar, pero que ando saboteando con sistematicidad, es que la realidad sabe que si no me entero de ella corre peligro de muerte. Y a la realidad, como a todos, no le gusta morirse. A la realidad le gusta seguir siendo como es, con su drama repetitivo de estadísticas sordas que lanzan aullidos de espanto. Le gusta ofrecer un panorama inasible, indestructible, inmutable. A la realidad le encanta escuchar que "siempre ha sido así", "nunca vamos a cambiar", "me da igual", "a mí me tocó peor" y todos esos clavos que sostienen los post-its endebles del orden-normal-y-establecido-de-las-cosas. O el status-quo, para los desentendidos.
En definitiva, lejos de presentar esto como un manifiesto - me disculpo, porque he convertido un mantra personal en una entrada de mi blog - seguiré escuchando de segunda mano de la realidad, de esa realidad que quiero que desaparezca cada vez que cierro los ojos. La realidad por la que nadie con corazón lucha, pero siempre está en la primera plana, en los titulares de la mañana del noticiero y que transmiten por la radio a manera de desayuno.
Mis genes me proveen de una furiosa distracción crónica, muchas veces más furiosa que la realidad misma. Gracias a Dios.

(1) La gente-cool se refiere a los neo-pragmátistas como Richard Rorty y Richard Bernstein, los socioconstruccionistas como Kenneth Gergen y John Shotter, los discursivistas como Jonathan Potter y Mick Billig y uno que otro loco de El Tocuyo que anda por Caracas hablando solo.