lunes, diciembre 12, 2011

Quizás no haya mejor - o peor - momento para escribir un post como éste. Los tiempos navideños despiertan aspiraciones dormidas, cobijadas confortablemente por la rutina.
Cavilando, como se suele hacer los domingos, se me ha ocurrido que la nostalgia es el signo más claro del fracaso. Claro está, no me refiero al fracaso individual [1]. Sin embargo, el recordar tiempos mejores con un sentimiento profundo de añoranza es la evidencia de la decadencia de las aspiraciones de un colectivo que erró, así como una historia que cuenta hazañas que no eran las que se soñaban.
Ahora, en pleno diciembre y muy cerca del fin del año, quisiera pensar que no nos pasará lo mismo o que en todo caso, nuestras aspiraciones sean superadas por nuestra historia.
Pueden decir que este tipo de cavilaciones, tan típicas de un domingo decembrino, son también propias de alguien que ingresa en la adultez definitiva. Porque una vez llegados los 30 años no quedan excusas, no hay espacio para prepararse para ser grande y hacer historia. En adelante, la cuenta es regresiva.
Tengo la esperanza de que mi huella sea más que una veta en el suelo, un aliento disuelto en la galaxia. Tengo la esperanza de no extrañar en un futuro este presente tan imperfecto y tan bello a la vez. Porque tengo la esperanza de que el futuro que hagamos juntos, desorganizada y voluntariosamente, sea imperfecto y bello, pero mejor.
Por más extraño que suene. Lo bueno es que en este mes, caben todos los sueños.

1. Ustedes dirán que hay muchas personas que sienten nostalgia y son exitosos e, incluso, felices