martes, diciembre 29, 2009

El reencuentro con mi ciudad natal confirma, sin dejar lugar a mayores dudas, que lo que más extraño de Caracas es la gente. También, que lo que menos extraño es la gente. Y por favor, no se ofendan. Estamos frente a un tema de acepción, el interminable – pero divertidísimo – enigma de la terminología.


Derivando, podría solucionarse el asunto colocando un “mi” antes de “gente” y listo. Extrañaba a mi gente pero no a la gente. Pero no es tan sencillo. Es difícil sostener que la gente que aplaudió al aterrizar el avión en Maiquetía es mi gente, y debo admitir que los extrañaba sin conocerles. Y claro, esto nos llevaría a la duda respecto a cómo alguien se vuelve propietario de una gente, sea en plural o en términos conceptuales más bien difusos, si esta apropiación ocurre con gente que se conoce o con una idea de lo que es la gente, o una sensación, un sentimiento de lo que es, sería o fue la gente.

Otro rumbo para solucionar este asunto sería decir que uno extraña lo que hace la gente y no a la gente en sí, pero allí rozamos peligrosamente un esencialismo insípido, así como si se pudiera ser algo sin hacer nada, como si la actividad y la existencia fuesen cosas separadas. Y ya, ya veo el ceño del esfuerzo mental de nuevo, así que mejor intento otro camino…

Así que, para aclarar las cosas, nada mejor que recurrir a la evidencia. La teoría puede ser confusa, prejuiciada y políticamente incorrecta, pero cuando hablamos de los hechos, todo queda mucho más claro. Nada más persuasivo que la realidad. ¿O no?

Evaluemos los siguientes ejemplos…

1. La señora Y, con quién compartí diariamente durante un par de años, me saluda luego de 3 meses y lo primero que me dice es: ¡Mijito, que gordo estás!

2. El señor M, con quién compartí durante varios años de mi infancia, y luego he podido visitar anualmente en la época decembrina, pregunta en una reunión decembrina, consternado: ¿Y tu novia?

3. En una variación de la expresión de la señora Y; F, con quién compartí también varios años de mi vida reciente, me saluda luego de 3 meses y prosigue: ¿Estás comiendo bien en Europa, no?

4. L, una perfecta desconocida, quién comía a mi lado en un puesto de empanadas, luego de un episodio violento en la vía pública le comenta a su amigo – quien debe definir a L como su gente – ¡Ay, mi amor! Este es tu país

5. S, un buen amigo desde hace poco menos de una década, me invita a comer. Bebemos y conversamos libremente luego de vagar por el Boulevard de Sabana Grande. Concluimos que lo mejor de Caracas no es urbano mientras el Sol nos azota y el Ávila ruge en silencio desde las alturas, esperando el momento preciso para levantarse y pisotear este desastre: El añorado re-set verde

6. Y, M, Z, S y H, perfectos desconocidos, pasan a toda velocidad en sus motos, palpitando cornetazos y mentadas de madre, respondidas por P, A, M, L y R, desde sus feroces 4x4 a todo pulmón en plena autopista.

7. R, quien me conoce desde chiquito, se suma tanto a la señora Y como al señor M, y propone, picaresca: Deberías ver si en Europa te pueden extraer como 5 kilos con una aguja o algo, ¡estás demasiado gordo! – esto, para proseguir, luego de tan afable saludo – ¿Y por qué no vino tu novia? ¿Dónde se quedó?

8. H, el presidente, habla durante horas por la televisión – aparato que veo nada más apagado porque me hace gracia el reflejo redondeado de mi ya redondo cuerpo – y sus comentaristas – que son el abecedario completo – citan sus amenazas y proponen guerras que lo resuelven todo, magnicidios, suicidios, parricidios y demás cidios.



Analizando, uno se da cuenta de varias cosas. En principio, que un implante de flacura está pronto a ser diseñado e insertado en masas en la población venezolana. Aquí nadie tiene problemas y todo el mundo está feliz, pero se venden millones de tetas plásticas, hay gente que se autodenomina “Ángel” y un verguero de gente que le cree, Coehlo y Bach son mucho más conocidos que Garmendia (ni Julio, ni Salvador pueden con eso), nos gritamos en la calle porque no nos dan paso o porque no queremos dar paso y los mesoneros/cajeros/autobuseros/clientes nos tratan como si les hubiéramos negado la beca para estudiar el Doctorado en Física Cuántica en Cambridge, lo cual los llevó directamente a su “miserable” posición.

Por otro lado, pareciera que la pareja de uno es importante nada más cuando está ausente. Pareciera que Caracas es la capital de Neruda, en lugar de Santiago. Millones queremos que los demás se callen para sentir que no están, pero cuando no están, queremos saber donde andan, por qué, con quién, cómo y para qué, pero nada más por curiosidad, no porque vayamos a hacer algo mínimamente importante con esa información.

El comentarismo derivado de las alocuciones presidenciales y el asquito que muestran algunas personas al referirse despectivamente a mi querido pedazo de tierra donde hay un bojote de gente que extraño, pero no tanto, son los dos últimos puntos, pero no los menos importantes.

De corazón, esto va con guasacaca, salsa rosada, mostaza, cebolla y repollo rallado: me jode más la paranoia que la inseguridad y la habladera de política más que Chávez. Me seca, me marchita, reduce mi disfrute de Caracas al mínimo cada vez que experimento un episodio de autodesprecio rabioso o una elocución experta acerca de las soluciones para todos los problemas de este país.

De verdad, me angustia cuando viene el próximo comentario acerca de un secuestro saliendo de un hospital, un atraco en un bingo donde se apuestan caraotas, una masacre en un babyshower o cuanta vaina horrorosa se le ocurre a la gente que es chévere comentar en una conversación de gente civilizada. Con un malandro es más fácil negociar que con M, quién te lanza furioso: ¡Coño marico, pero es verdad! A lo cual respondo, a destiempo y sin furia: ¿Es que acaso se ha perdido el valor de la habladera de pendejadas sin sentido? ¿Dónde quedó aquel mundo donde la gente hablaba sabiendo que sus conversaciones no hacían gran diferencia y perdían el tiempo en paz? ¿Es que acaso hay que hablar de verdades, para que una conversación sea sana?

Y respecto al asunto específico de las "soluciones", debo insistir en mi posición. Pasar trabajo, hambre, guerras y desesperación no arreglan nada. Tenemos la desdicha de contar con un laboratorio político como ejemplo: África. Sí, África. En África todos los países fueron colonias europeas - como aquí -, tienen niveles altísimos de corrupción - como aquí - y su identidad nacional es difusa, compleja y debatible - como aquí. De manera que, si están pensando que una guerra va a solucionar los problemas de este país porque vamos a aprender a trabajar, opino, de corazón, que están haciendo un reguero de meao, porque el perol no está ni cerca.

Y si hay una época donde uno disfruta de su gente y de la gente en general, es esta. Y uno quiere hablar de gramática con sentido, de futuro, pasado, pasivo, activo y flujos de caja. Se quiere soñar, pensar que el tiempo no es un dibujo en un disco de metal, que la vida transcurre y que los proyectos, sean sensatos o no, rellenan la arepa de la vida.

Y en cierta forma, son variaciones de algunas actividades que adoro, como pasear, conversar y comer en la calle, las cosas que extraño pero no tanto, con la gente, así, sin más.

En este ejercicio de afinar el espíritu para tocar esta pieza que es nuestra vida, de vez en cuando sale una tonada bonita. Y por esas, quiero seguir tocando, afinando, intentando. Por eso quiero que sus deseos para el año que viene se vayan prefigurando, que no sean todos demasiado relevantes y que la mayoría sean alegres.

martes, diciembre 08, 2009

Así que, finalmente, volvemos a diciembre. En este delicioso ciclo de la vida, donde se vuelve a lo nuevo y encontramos, curiosamente, una enorme satisfacción en sentir que volvemos a hacer lo mismo. La comida, la música, la bebida, la bulla, los colores. La experiencia decembrina cobra su sentido en la abundancia, la exageración y el exabrupto. Pero, ¿qué tiene que ver eso con el nacimiento de Jesucristo?


Puedo escucharlo, puedo sentirlo. Ante esta pregunta pensarán: ¿Moralista? ¿Se volvió moralista? La gente siempre cambia en esos viajes.

Pues no. No se trata de moralismos. Sería grandioso que todos nos amasemos los unos a los otros, estoy convencido de que ese mandamiento es el mejor que se haya inventado jamás – lo cual le da consistencia a su carácter divino. La época decembrina, sin embargo, si tiene que ver con el nacimiento de Jesucristo, pero desde otra perspectiva. El mundo, hace más de 2000 años, cobró un nuevo significado y esto, silenciosamente, funge de motor para una brillante euforia – y una profunda tristeza también – en el espíritu colectivo. El festejo en el derroche, que paradójicamente enaltece la riqueza por encima de la pobreza forma parte también de la tristeza que hace que millones de personas decidan terminar con su vida en esta época. De hecho, es común que la tasa de suicidios en diciembre sea la más alta del año en varios países1. Y este festejo quizás intente silenciar la culpa por el sabotaje que le hemos hecho al milagro de nuestra existencia y al mismo tiempo, festejar nuestro reconocimiento como milagro.

En todo caso, luego de esta furiosa especulación, debo decir que la dualidad decembrina nos hace revivir y encarnar la humanidad propia y la ajena, fundirnos en el torrente colectivo en búsqueda de sentido en medio del bombardeo multi-trans-sensorial y de las ganas de comer más que nunca. De hecho, si hay algún comportamiento compartido a través de diferentes culturas, países y climas es comer y beber en exceso durante el mes de diciembre2.

Pero más allá de la gente, la experiencia total – usando total así como se usa en el futbol -, se asemeja a la divinidad contenida en nosotros mismos, a la profunda felicidad – y la brillante tristeza – que es existir.

Y para aquellos que están en Caracas… ¡Nos vemos la semana que viene!



1 No pienso indagar acerca de estas estadísticas, debe recordarse que esta publicación no es seria

2 Ni para esta afirmación tampoco