miércoles, mayo 12, 2010

Visito mis recuerdos. Transito por mis días con el afán de quién quiere hacer futuro. Leo, leo a quienes han vuelto, así sea de visita. Pienso en la vuelta, pienso en quedarme. Lo curioso de colocarse en una situación de vida, por decirlo de alguna forma, es que no hay manera de no decidir, no hay manera de no hacer nada, ni mucho menos hay manera de no cambiar.
Algunos de mis amigos, habiendo regresado, quieren cambiar el país, enriquecer Caracas, hacerla distinta y mejor. Otros, aún no han concretado aún su deseo de hacer siquiera algo, pero los mueve una pasión por cambiar la ciudad, por cambiar el país, por ser el motor de algo mejor. Una amiga, en cambio, confronta el cambio personal y el de la ciudad que se escapan ambos de las manos, menos motor, más timoneando en un mar heraclitense que no es el mismo nunca, donde se funden yoes, aspiraciones, sueños y renacimientos.
Otros, que han decidido quedarse, siguen activos en la fuerza cerebral, con su prosa cínica y radiante procuran dar oxígeno a un tejido intelectual moribundo desde otro punto de vista.
Por mi lado, mi contribución ha ido poco a poco empobreciéndose por la distancia, por la falta de interés en la política, por la negligencia ilustrada que me precede y de la que siento que formo parte. Quizás he intentado argumentar y solidificar mi falta de patriotismo, pero no es otra cosa que mera irresponsabilidad.
He intentado, como quién no quiere la cosa, dar a mi cinismo un toque de insight, que se pierde  en la lógica cotidiana, que no da tregua a la esperanza.
Mi esperanza en un país mejor, en una ciudad mejor y, para más vaina, en un mundo mejor, no es otra cosa que estos cuentos que se burlan de lo cotidiano, que esperan que al menos se rompa algo en el atol del estado de las cosas. Pero quién ha visto atol, sabe que esa vaina no se rompe, sino que lo traga todo y se queda igualito. Sin ser motor, ni veleta y poco más que nada en todo este merequetén, hoy decaigo en mi prosa, decaigo en una nota más reflexiva, mucho más personal. Lo peor de todo, quizás, es que esta no hace gracia.
La experiencia europea, una vez desmitificada, es aún interesante. Para quién logra subsistir es, en varios sentidos, lo que quisiéramos para nuestra ciudad, para nuestro país e incluso para nuestro mundo. La cosa es que nuestros tiempos han desechado toda esperanza inocente, todo proyecto incólume. Ya hoy sabemos de varias utopías fracasadas, sabemos que el socialismo apenas ha tenido frutos frágiles en los países nórdicos - pero sus fracasos son rotundos - que la economía de mercado es implacable y que la utopía libertaria, con la cual me identifico, es un fenómeno playero, difícil de trasladar a otros mundos y que requiere, quizás, de un apocalipsis para poder germinar.
Pensar en la estancia, en la postergación de las decisiones, es como estar sentado en un carrito de una montaña rusa, sabiendo que los rieles terminan en un hueco. De vez en cuando, pienso en qué haré, si saltar al vacío sin carrito o con carrito. Sin embargo, no hay manera de que pare de repetirme: "Ya veré"