domingo, marzo 13, 2011


Quizás lo más apropiado para un blog como La Pipa sea escribir con retraso una reflexión acerca de las diferencias de género. Al menos un par de días después del Día Internacional de la Mujer.  Es un tema de principios escribir con retraso, en medio de tanto twitteo, de tanto inmediatismo demente y tanta pseudo-noticia que corre por ahí, como si las noticias se definieran por la profesión de sus autores y no por su calidad periodística (1). Pero eso es harina de otro costal, como decían los abuelos. Lo nuestro en este post – que no artículo, ni reportaje, ni ensayo, ni crónica – es acerca de la misteriosa desigualdad e injusticia en la participación de las mujeres en los círculos del poder y la riqueza. Les advierto, en caso de que hayan perdido la costumbre, de que este post es estrictamente especulativo y se basa en un análisis poco riguroso, que pone el entretenimiento del argumento por encima de su sensatez. Ahí les va.
En las relaciones de pareja, la tradición dicta un orden de funcionamiento, un flujo de poder, un circuito de rituales no negociables que se asumen como necesidades indispensables de una relación sana. Estos rituales, de manera tangencial y siniestra, le hacen creer a los débiles que reclaman sus derechos y los elevan, mientras que a los fuertes les hace creer que cuando ceden dan un tanto de su poder inoculado por canales Divinos. Entre estos rituales está la función del hombre como político – al estilo adeco, acaso ahora esté cambiando en época de revolución. Es decir, el varón asume a disgusto la necesidad de ser tema de conversación de las amigas de la pareja (1), visitar a la familia e incluso de besar muchachit@s (nótese lo escalofriante del paralelismo). En algunos casos el varón-político hace dádivas (como comprar la carne de la parrilla), hace gestos de aberrante populismo (como cocinar la parrilla), para luego develar su carácter pérfido al distribuir de manera arbitraria la riqueza y asumir con tiranía individualista el destino de su pueblo (como sentarse a jugar dominó con sus panas y dejar en su círculo de amigotes la mejor parte de la parrilla y las cervezas del fondo de la cava).
La mujer, en cambio, no goza de este entrenamiento sistemático y asume como un triunfo darle las más vitales enseñanzas al potencial gobernante. De hecho, este entrenamiento es bidireccional y define a la mujer como audiencia, como “poderoso” que se manifiesta a través de otro, mediante el oxímoron de la democracia representativa. En este sentido, los rituales que definen las relaciones de pareja construyen a su vez al votante y solidifican su necesidad de ser tomado en cuenta (3) para tener poder. En definitiva, esta práctica cotidiana y ancestral no sólo transmite un saber fundamental al tirano, sino que también hace que tanto opresor como oprimido se acostumbren a sus roles.
En conclusión, el caudillo criollo no nace en el seno de la milicia, ni del tradicionalismo andino, ni del heroísmo sanguinario de los llanos. El caudillo criollo se hace cuando se enseña al varón a seducir a muchas (algunos mujeriegos insolentes tienen alcance nacional y sus parejas adquieren el carácter de colectivo), a sostener posiciones de complacencia pragmática y a jugar su papel de figura pública con solemnidad. Claro está, esta dinámica venenosa no será vencida si los hombres chismean con sus amigotes acerca de sus parejas, ni mucho menos si asumen que es indispensable que sus novias sean las que jueguen dominó despóticamente, mientras los varones friegan las tablas de la parrilla llenas de guasacaca. Esto sólo depura la base de caudillos, seleccionando a los más intransigentes y obtusos, desplazando a los más considerados hacia el colectivo electorero. El futuro del caudillismo y de la igualdad de género pasa por redefinir los roles, por crear nuevos espacios de poder y se aprecien cosas menos vernáculas como la gracia y la humildad.
Quizás algún día, lleguemos a ese mundo utópico en el que hombres y mujeres hagan la parrilla juntos y se pongan de acuerdo para poner las smirnoff al lado de las cervezas en el fondo de la cava.
1. A pesar de que los Medios Sociales no son malos en sí mismos, bien pueden ser una herramienta útil de investigación periodística. Ver: http://bit.ly/alsWQW
2. Quizás llame la atención que el nuevo caudillo busque ser tema de conversación. Siempre que sea inofensivo para su ego.
3.  Como si el poder auténtico no necesitara el reconocimiento de otros, dirán ustedes.