Ya pasó un mes. Con retraso escribo esta entrada, luego de la larga espera, para poder quejarme. Durante un mes no he emitido una sola queja respecto a mi país, mi gobierno, mis compatriotas y para más vaina, he hablado con cuánto loco me he encontrado en la calle, balbuceado en inglés, español, francés y eslovaco, para hacerme entender y entender uno que otro indigente, uno que otro pedigüeño, que por mala fortuna vino a dar conmigo y no con alguien que le diera dinero.
Durante este largo mes de abstinencia, he notado que varios de mis cercanos son activos en la blogosfera. Algunos desde hace tiempo, otros han empezado apenas a contribuir a esta maraña de letras, exclamaciones y bramidos. La gran mayoría, exceptuando algunos poetas, embisten furiosamente contra sus propios egos desplegados, contra la nación, la política, los políticos, la basura en la calle y el tráfico - y en algunos casos las sórdidas mitologías.
Al filo de este descubrimiento he surcado insistentemente sobre estas lecturas y algunas otras. Y he llegado a esta extraña, bastante snob conclusión, de que vivimos en la era post-briceñista. En su momento, Briceño Iragorry, hizo una terrible acusación, que al mismo tiempo se convirtió en dictamen. Nuestro patrimonio intelectual - empobrecido por las dictaduras, los caudillos y los juegos políticos - es incapaz de dar una explicación consecuente de quiénes somos como venezolan@s, por qué somos como somos, más allá de una injusta visión de nuestra ascendencia, que coloca al español como tirano violador, al indio como perezoso drogadicto y al negro como animal salvaje.
Cuando ya han pasado unas cuántas décadas y aquel Mensaje sin Destino se quedó flotando en la bandeja de Spam, a voces elevamos nuestro grito crujiente en contra de la traición que la oscura politiquería nos jugó a todos, viendo como el proyecto de vida que se nos ofreció, el de ser alguien en la vida, cae dramáticamente en desuso, y terminamos siendo nadienes con títulos pomposos e inútiles, que son vencidos con humillante facilidad, bien sea por la experiencia, el networking, la crisis financiera, la irrelevancia del conocimiento académico, el relativismo cultural reinante en los departamentos de selección y reclutamiento a nivel mundial, la escasez de sueños dorados, la fenomenología anal del management y la cruda afectividad del discurso político.
Aquí, más cerca ya del mango que del filo, queda pendiente aún saber, si ante la decadente figura del intelectual criollo, que ahora aplaude como foca o gruñe como perrito, es el papel de esta extraña comunidad circense y virtual - de la cual soy apenas una ínfima manifestación - el ofrecer una explicación o al menos buscarla. Considerar no como un honor heredado de intelectual de boina azul, sino como un deber trabajoso y relativamente imposible, dar con una lógica que nos permita aceptarnos como somos.
E incluso preguntar, con esa duda suicida que sólo puede existir en la mente criolla, si es necesario entendernos, si es que acaso hace falta ser aceptados por nosotros mismos. Desafiando así la psicología del sentido común y las más clásicas fórmulas que conciernen al amor propio y la capacidad de mejorar nuestro status, quiénes muchos consideran vengonzoso.
Sin embargo, queda pensar - al fin y al cabo este papel aguanta incluso más que todo - si distanciados y cercanos, tan microscópicamente cerca, la identidad nacional es algo más que literatura. Y no porque el efecto de la distancia diluya la potencia del afecto patrio, sino porque precisamente ahora, cuando la intelectualidad se ha desfigurado en una masa informe de profesionales frustrados y politiqueros oportunistas. Precisamente ahora, podemos notar con claridad, que tras los agudos análisis, las acusaciones bien fundamentadas, los datos y las tendencias... Podemos palpar que sigue estando hueco.
jueves, febrero 25, 2010
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