martes, septiembre 22, 2009

Finalmente, luego de una semana de locura absoluta, con el día clavado en la noche y la noche en el día, sin casa, teléfono ni internet, he pasado de la absoluta indigencia a la ansiada vida del primer mundo. Suena rimbombante, quizás algo exagerado, pero fuera del teclado sin acentos, es una diferencia radicalmente maravillosa. Ya mi acento en ingles debe sonar muy parecido al de Kluivert cuando hablaba en español, y conozco unas 4 rutas de bus tan bien como las de Margarita, asi que puedo decir que estoy bastante mejor. La experiencia de otro mundo, de vivir en una isla que no está rodeada por arrecifes paradisiacos y donde se espera que llueva la mayor parte del año - sin ninguna selva cerca – suena loco. Y puede que lo sea.

Este es, seguramente, el post más autobiográfico que haya escrito en mucho tiempo y para quienes están más interesados en mis opiniones respecto a otras muchas cosas, les pido mis disculpas. La experiencia europea, o en todo caso, británica, es, como era de esperarse, tan distinta como puede ser una mata de mango en Tapipa de un roble en Beeston. Y, como decía Einstein, tomemos el espacio y el tiempo como uno solo y véanse ambas matas comportándose de manera radicalmente diferente durante todo un año – ontogenéticamente, como diría Piaget – y allí estamos. Ahora, imaginen una mata de mango en Beeston y listo. He allí el fenómeno que ocurre con el recién llegado, que pronto se da cuenta, de que el mundo está transitando a su alrededor, y que no es el único mango por allí. La experiencia de la calle, en un pueblo grande como Nottingham, es una tarea retadora para la atención. Difícilmente pueda alguien curioso no marearse en el autobús, mientras se queda viendo fijamente todo, intentando sostenerlo en la retina durante suficiente tiempo como para poder atraparlo y no lucir tan sorprendido la próxima vez. Lo mismo pasa con los olores y la musicalidad de la calle. Es difícil no darse cuenta, de que se está rodeado de africanos, asiáticos y europeos al mismo tiempo. Algunos acentos australianos pueden venir a cuento, y los latinoamericanos realmente tenemos muy poca presencia callejera. Y nada que decir respecto a la hilera de cortinas aromáticas que es, en realidad, cada avenida que cruza las diferentes cuadras. Curry, fritura, carne, pescado, frutas, dulces, pan, humo, bebés, etc… todos estos olores van y vienen mientras una chica punketa lleva a su bebé en el coche, mientras su otra hija corretea en el monopatín para tomar el autobús del colegio.

El semáforo, quien cuenta con un asistente septuagenario, puede estar copado por personas radicalmente diferentes. Y de hecho, no he presenciado la primera vez que haya un grupo relativamente homogéneo en el semáforo. Obviamente, el hecho de que la presente mata de mango esté rondando no ayuda para nada. Y esta contribución minúscula a la heterogeneidad reinante se siente bien. Y es quizás, la contribución que se pretende hacer, en un mundo que amenaza con ser cada vez más homogéneo, pero que en cada rincón, notamos como, indiferente y rebelde, empieza a notarse una energía rotunda que niega a perderse en los pasillos de supermercado y que lejos de los nacionalismos asesinos, pretende más bien reafirmar su presencia, sin vergüenza alguna, queriendo decirle a los designios de los totalitarismos mercantilistas y antimercantilistas, que no importa cuanto lo sigan intentando. El mundo se acabará antes de que las diferencias sean anuladas, o quizás se acabará en ese preciso instante.


 

And as they say in here: Cheers mate!


 

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