Pensar y repensar las críticas que fluyen en el día a día agota. Es un ejercicio que lejos de tonificar desgasta. Es el caso de pensar, por ejemplo, si es cierto que solo critican la superficialidad de nuestras sociedades occidentales aquellos que están más cerca de la fealdad que de la belleza. O si, aquellas mujeres que critican las numerosas cirugías, realizadas de manera industrializada, son mujeres o bien benditas por la genética por una explosiva voluptuosidad – de la que se avergüenzan – o mujeres que no fueron benditas con nada sino su aguda percepción e inteligencia.
Da lo mismo pensar, por ejemplo, del comentario del varón, que señala que la habilidad en las artes del amor supera por mucho la importancia de la virilidad métrica. O por ejemplo, el caso de la autocrítica de la abundancia, de la literatura prolija acerca de las desgracias implicadas en la posesión de riquezas materiales incalculables, de aquellos, que con esa misma literatura aumentan su flujo de caja a un punto difícil de manejar con principios y libre de sustancias ilegales en el torrente sanguíneo – aunque nunca deja de ser preciado el uso de sustancias legales y autorizadas.
Y al final del día, las preocupaciones y las críticas realizadas en contra del estado de las cosas desde la tradición, en contra de la desnudez, la pornografía, la creciente violencia en los medios, los escotes pronunciados, las curiosidades degeneradas de los niños, las faldas de reducida longitud – y decoro -, los "chorcitos" escasos de tela – y de decencia - , la promiscuidad y el adulterio, en fin, la cercanía del fin de los tiempos nos hacen sentir como una generación degenerada.
Nos preocupamos por los usos poco provechosos del tiempo libre de nuestros jóvenes, nos dolemos por la irresponsabilidad de los nuevos padres, por la sempiterna ausencia materna de la mujer liberada y por los cada vez más frecuentes desastres naturales. Familias atomizadas por doquier, donde los divorcios son más comunes que los besos, los crímenes pasionales más frecuentes que las reconciliaciones. Esto sin dejar a un lado el terrible fenómeno de la violación legitimada en el deber matrimonial. Nuestras tradiciones han sido pervertidas por los oscuros deseos de libertad, la preocupante individualidad y la escasa organicidad de nuestras comunidades.
La falta de participación, de preocupación, de respeto e incluso, de simple interés en los demás, pareciera estar solidificando la idea del Apocalipsis. Escuchamos los cascos de sus jinetes por doquier, la tierra vibra, los cielos retumban y el llanto de millones de niños hambrientos y adoloridos nos atormentan para recordarnos que estamos muy equivocados con la forma en cómo estamos manejando las cosas.
Hace menos de 20 años el muro de Berlín lucía firme, la historia aún parecía regirse por dos versiones de mundo comprensibles. Por alguna razón, el materialismo individualista estaba más cerca de la espiritualidad que el colectivismo tiránico.
Hoy día, los disensos son más abundantes, aunque quizás sea porque ahora nos parecemos mucho más. Los fanatismos, las incomprensiones e intolerancias son la agenda presente, sin dejar de ser una profunda paradoja.
Por estas latitudes nos preocupa el enrojecimiento de la política continental, con una presencia cada vez más sólida de la izquierda en América Latina, con un presidente demócrata y negro en el líder ideológico y cultural de las Américas – aunque ahora la disputa es abierta, Britney sigue siendo más influyente que Lina Ron.
En general, la falta de credibilidad de las críticas a nuestro mundo, a nuestro país y a nuestra localidad se fundamenta en la sospecha de un interés individual enmascarado en el supuesto interés en un bien colectivo. Lejos de pensar que alguien quiera ayudar, sabemos, que quiere imponer su punto de vista sobre el nuestro. Y por supuesto, lejos de tomar en cuenta la buena voluntad nos rebelamos y hacemos absolutamente todo lo contrario. O al menos eso diría un conservador. Porque para lo que algunos es falta de principios, para otros es falta de compromiso con la esperanza.
Desde la tradición, nuestro querido conservadurismo tirita de terror, mientras los apasionados amantes del futuro bonito vibran de esperanza. Pero a nuestra generación degenerada no le interesa. Está por verse si alguno de estos tres grupos puede dar el giro definitivo de nuestra historia hacia un nuevo final. Y a un nuevo comienzo.
1 comentario:
Corresponderá entonces a la que tú llamas "generación degenerada" propiciar el cambio y comenzar una verdadera revolución.
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