Más de un mes en el Reino Unido y habiendo conocido la capital del Viejo Imperio, la experiencia británica se hace mucho más nítida. Pero la perspectiva de vivir en un lugar como estudiante es siempre favorable, al menos para aquel que gusta de la academia, estar rodeado de una elite de gente brillante – la mayoría de ellos muy jóvenes – y discutir acerca de los asuntos más importantes del mundo de una manera segura e insignificante.
Me reprocharan que la academia produce conocimiento útil y práctico, incluso en psicología, con lo cual concuerdo. Sin embargo, el goce ingenuo de cambiar el mundo en cada conversación, suele ser particularmente frondoso en la academia. Fuera de ella, el pesimismo y el "realismo" es mucho más fuerte y pesado, esto a pesar de que los académicos tienen mucho más recursos y razones para ser pesimistas. Y en el medio de esta divagación, ya pronto se acerca el momento de confrontar el primer paso hacia adelante. Escribir un ensayo formal en una lengua extranjera no es tarea sencilla. Esto se hace notable, tomando en cuenta la brecha cultural y cognoscitiva entre las partes. Sucesivos golpes a la autoconfianza (como tener que preguntar cómo funciona un casillero, donde se toma el bus para X desde Y para llegar a Z, verse sorprendido por un evento programado, confundir el verano con el otoño) o en otras palabras , el hecho de ser un espécimen de zoológico en una jaula defectuosa, hace que el reto luzca desafiante. Convencer a un académico cuya mente es acorde a este mundo, a través del lenguaje de otro mundo (donde los eventos no programados no sorprenden, los casilleros no tienen un funcionamiento propio y los buses tienen gente colgando que grita para donde van) pues, no se ve fácil. Hay una traducción invisible del español al ingles, una traducción similar a la que se hace cuando se cocina con una receta y dice "sal y pimienta al gusto". Y en algunos casos, como en el de la escritura en un idioma extranjero, no se trata ni siquiera de traducir, porque de hecho, se está razonando en el idioma extranjero en cuestión. Se trata de pensar en la manera en que el idioma lo demanda, acoplarse a la delicadeza de su funcionamiento, disfrazar el espíritu y dejar que fluya una línea de pensamiento muy distinta a la propia, pero propia, de alguna otra forma.
Es un engaño, sutil si se quiere, un engaño que empieza por el que escribe, para convencerse de que es su pensamiento el que está reflejado allí, en otro idioma y que de hecho, si se lee, tiene un acento diferente al de uno mismo cuando habla, una voz quizás más grave o más nítida y una línea de pensamiento distinta a la que se pudo haber formulado en español. Los resultados de este experimento lucen prometedores, al menos interesantes, y esperamos, que todo salga bien.