El curso de las crisis personales es similar al de la vida misma, como trascendencia. Recientemente, en una compilación de artículos de autores como Foucault y Deleuze, se restriega el tema de la vida como una dimensión que está más allá de las personas y las cosas. Y quizás sea en este punto, donde el flujo del pensamiento se une con la vibración misma de la existencia.
Pero todo eso sería demasiado fumao' para este blog. Muy recientemente, luego de experimentar y de observar concienzudamente numerosos conflictos de pareja, puedo asomar un tema que me llama profundamente la atención. Se ha vuelto un lugar común que los roles de los miembros de una relación se están difuminando. Particularmente en las relaciones heterosexuales, donde el género pareciera ser un asunto importante para dilucidar qué hace quién y cómo. Al parecer, al igual que Caracas, este asunto era mucho más nítido hace varias décadas. Seguramente en Estados Unidos, en las familias del norte conservador. En Venezuela, algo me hace pensar que las cosas nunca han sido claras. O quizás exagero. Pero hacia otro lado se dibuja el escote que distrae nuestra mirada hacia el asunto que nos interesa.
Hay muchos roles diferentes, que pueden ser categorizados de diferentes formas. Es el caso de los roles productivos (como el cazador, la recolectora, la progenitora), los roles organizadores (la matrona, el protector, la guerrera, el sanador) y los destructivos (el criminal, el loco, el idiota). Esto, a grandes rasgos y sin ningún interés académico*. De todos los roles posibles, el que ha venido a llamar mi atención es uno que quizás cuelga entre lo destructivo y lo organizador, que es el del loco de una relación. Existe una licencia – muchas veces autoconcedida – para dejar que los tapones vuelen de un lado, o del otro.
La fuente de esta licencia para mandarlo todo al carajo es infinita y siempre está del lado de cualquiera de los participantes. Puede ser un cornetazo muy fuerte - o varios cornetazos muy fuertes, en Caracas las cosas vienen de a bastante -, una discusión con el jefe donde se revela su competencia para asumir el rol de abusador, numerosas promesas rotas nunca hechas – esta es una de mis favoritas – o un trámite burocrático. La alternancia del rol es una de sus características más interesantes y casi siempre es un asunto de orden de llegada. El que se vuelva loco primero está hecho, porque el otro sería mal visto si se vuelve loco como respuesta. Algunos dirían que no supo manejar la situación – cosa que no dirían del primero, quien solo estaba de mal humor, o había tenido un mal día.
Pero he allí, la maravillosa justicia de la retórica al comprender el valor de los afectos para la persuasión. Los racionalistas se dejan desesperar en una discusión y pierden catastróficamente, sin entender que el argumento mejor elaborado nunca estará al nivel del acucioso arte de hacer perder la paciencia al contrincante. El germen del falatia ad hominis, nunca bien fundamentado, siempre efectivo.
*Parte de las políticas de ¡De bolas que es una pipa! es no producir intencionalmente ningún elemento que pueda ser de utilidad para la cultura académica.
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