En nuestra primera exposición del presente año 2008 quisiera tocar un punto que me inquieta de manera particular. Podría asegurar que todos mis lectores (que tampoco es un público de miles, no soy megalómano) han tenido muy de cerca la experiencia del delito. Es decir, todos estamos muy cerca de alguien que fue víctima del crimen, en cualquiera de sus diversas presentaciones.
Y lo que más me preocupa es el despotismo del terror. No hay forma de gobierno más sólido e inmutable que el que nace en las narraciones de la gente y este es el sistema de gobierno que se está solidificando en nuestra ciudad. Cada crimen que ocurre es relatado velozmente y las versiones de las naturalezas, índoles y propósitos de los agresores. Pero hay un punto que siempre queda pendiente y es la resolución del caso. Estamos ante el asunto polémico de qué hacer con el delito, el delincuente y el crimen, a 3 siglos del nacimiento de la cárcel - o podríamos decir del aborto, dada su dudosa eficacia desde un principio -. Adicionalmente, estamos frente a la importancia de la vigilancia, el miedo y los sistemas de seguridad. Pero sobre todo, estamos ante el mayor de los absurdos, que no es otro que convertir la impunidad en la culpabilidad de las víctimas.
En breve, y para dejar todo más confuso: La próxima vez recuerden, la víctima no es la culpable. Es el agresor.
Y lo que más me preocupa es el despotismo del terror. No hay forma de gobierno más sólido e inmutable que el que nace en las narraciones de la gente y este es el sistema de gobierno que se está solidificando en nuestra ciudad. Cada crimen que ocurre es relatado velozmente y las versiones de las naturalezas, índoles y propósitos de los agresores. Pero hay un punto que siempre queda pendiente y es la resolución del caso. Estamos ante el asunto polémico de qué hacer con el delito, el delincuente y el crimen, a 3 siglos del nacimiento de la cárcel - o podríamos decir del aborto, dada su dudosa eficacia desde un principio -. Adicionalmente, estamos frente a la importancia de la vigilancia, el miedo y los sistemas de seguridad. Pero sobre todo, estamos ante el mayor de los absurdos, que no es otro que convertir la impunidad en la culpabilidad de las víctimas.
En breve, y para dejar todo más confuso: La próxima vez recuerden, la víctima no es la culpable. Es el agresor.
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