sábado, octubre 20, 2007

A veces me pregunto cosas sin respuesta solo por diversión. Supongo que muchas de mis estimadas e invisibles lectoras - y lectores - lo han hecho previamente solamente para hacerse un poco de daño sanamente distribuido.

La situación que se presenta hoy, luego de mucho tiempo, es la culpa. Una de las fuerzas sociales más interesantes de la historia, acompañando el pensamiento judeocristiano por más de 5000 años. Esta fuerza, vapuleada por Nietzsche como el obstáculo elemental impuesto sobre las voluntades de saber y de poder, me ha asestado un duro golpe.

Bien lo decía nuestro incomprendido alemán, el alcohol, la droga europea occidental por excelencia, da cuenta de la necesidad de las sociedades occidentales de huir de su conciencia. Precisamente, no solo de su conciencia moral, que frena las voluntades que dan vida al ser humano, sino también de la conciencia más elemental, aquella que tiene contacto con los asuntos más elementales de la vida humana.

Porque hemos de admitir, desde hace rato, a nuestras mentes les cuesta soportar la banalidad de los males cotidianos.

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