A veces me pregunto cosas sin respuesta solo por diversión. Supongo que muchas de mis estimadas e invisibles lectoras - y lectores - lo han hecho previamente solamente para hacerse un poco de daño sanamente distribuido.
La situación que se presenta hoy, luego de mucho tiempo, es la culpa. Una de las fuerzas sociales más interesantes de la historia, acompañando el pensamiento judeocristiano por más de 5000 años. Esta fuerza, vapuleada por Nietzsche como el obstáculo elemental impuesto sobre las voluntades de saber y de poder, me ha asestado un duro golpe.
Bien lo decía nuestro incomprendido alemán, el alcohol, la droga europea occidental por excelencia, da cuenta de la necesidad de las sociedades occidentales de huir de su conciencia. Precisamente, no solo de su conciencia moral, que frena las voluntades que dan vida al ser humano, sino también de la conciencia más elemental, aquella que tiene contacto con los asuntos más elementales de la vida humana.
Porque hemos de admitir, desde hace rato, a nuestras mentes les cuesta soportar la banalidad de los males cotidianos.
sábado, octubre 20, 2007
martes, octubre 09, 2007
Habiendo experimentado otra capital latinoamericana muy fugazmente, volver ha reconfigurado y consolidado buena parte de mi experiencia caraqueña. Este odio profundo hacia lo que somos, este desprecio inaudito hacia lo que aspiramos, este saber lo que podemos/debemos hacer y querer exactamente lo contrario o viceversa. Esta velocidad ajustada de agua a presión... Eso y la variedad gastronómica, no lo hay en Buenos Aires. Muy buena la carne, la pizza y la pasta. Pero dificilmente haya algo más, al menos tan visible y accesible como en Caracas. Y no solo contrasta lo visible/invisible -según corresponda- y accesible de la variedad gastronómica, sino tambièn el odio, el desprecio y la hostilidad.
Me pregunto consistentemente: ¿Por qué le tenemos tanta arrechera a nuestra ciudad? ¿Por qué nos odiamos tanto?
Difícilmente logre dar con un respuesta certera o alguna que sea distinta de los libros de moda de la editorial urano. Pero lo intento, sí que lo intento... y he aquí lo que se me ocurre: Secretamente... muy secretamente... Cada vez que damos la espalda a un niño que nos pide dinero para comer, cada vez que un cornetazo infame nos despega del asfalto mientras cruzamos un paso peatonal atestado de gente que nos esquiva mientras la esquivamos; cada vez que cruzamos miradas hostilmente con alguien en medio de la penumbra nocturna, pensando que puede ser un agresor mientras el otro piensa lo mismo; cada vez que la peste de la esquina llena de basura desparramada proyecta desde nuestras entrañas un gesto de asco... Una y cada una de esas ocasiones, en secreto sabemos - o sentimos - que nosotros somos parte de ese olor, parte de ese ruido, parte de esa miseria. De hecho, a veces, sentimos que es nuestra culpa.
Caracas, con sus desgracias, con sus olores y sus ruidos, nos estremece. Nos susurra en secreto el terror de sus distracciones que arrancan centenares de vidas cada mes. Nos grita que somos parte de sus maldades y nos abraza en sus pecados más banales para hacernos sentir mejor.
Lo hablamos, lo decimos y lo repetimos. Y seguimos aquí, siendo parte de esto, perpetuando y agudizando esto, pensando que no podemos hacer nada para cambiarlo y haciendo todo lo posible porque Caracas siga siendo lo que es y sea cada vez más ella.
Pero en fin, tenemos variedad gastronómica, eso sí. Aparte, esto no es muy distinto de lo que dicen los libros de moda...
Me pregunto consistentemente: ¿Por qué le tenemos tanta arrechera a nuestra ciudad? ¿Por qué nos odiamos tanto?
Difícilmente logre dar con un respuesta certera o alguna que sea distinta de los libros de moda de la editorial urano. Pero lo intento, sí que lo intento... y he aquí lo que se me ocurre: Secretamente... muy secretamente... Cada vez que damos la espalda a un niño que nos pide dinero para comer, cada vez que un cornetazo infame nos despega del asfalto mientras cruzamos un paso peatonal atestado de gente que nos esquiva mientras la esquivamos; cada vez que cruzamos miradas hostilmente con alguien en medio de la penumbra nocturna, pensando que puede ser un agresor mientras el otro piensa lo mismo; cada vez que la peste de la esquina llena de basura desparramada proyecta desde nuestras entrañas un gesto de asco... Una y cada una de esas ocasiones, en secreto sabemos - o sentimos - que nosotros somos parte de ese olor, parte de ese ruido, parte de esa miseria. De hecho, a veces, sentimos que es nuestra culpa.
Caracas, con sus desgracias, con sus olores y sus ruidos, nos estremece. Nos susurra en secreto el terror de sus distracciones que arrancan centenares de vidas cada mes. Nos grita que somos parte de sus maldades y nos abraza en sus pecados más banales para hacernos sentir mejor.
Lo hablamos, lo decimos y lo repetimos. Y seguimos aquí, siendo parte de esto, perpetuando y agudizando esto, pensando que no podemos hacer nada para cambiarlo y haciendo todo lo posible porque Caracas siga siendo lo que es y sea cada vez más ella.
Pero en fin, tenemos variedad gastronómica, eso sí. Aparte, esto no es muy distinto de lo que dicen los libros de moda...
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