Luego de leer y escribir por semanas aún sufro de una inquietante lentitud. Mi entusiasmo vacila ante la complejidad del reto: escribir un ensayo al día. Y, ¿cómo es que - preguntarán ustedes - justo cuando estás hasta la cabeza se te ocurre perder el tiempo escribiendo en el blog? La respuestas es sencilla: para darme ánimo.
El ocio, desde mi perspectiva, no es la madre de todos los vicios. Es la fuente primigenia de las ganas de hacer las cosas. Quien no pierde el tiempo, no halla como utilizarlo. Nadie sabe lo que tiene hasta lo que pierde, dicen por ahí. Pues bien, así me pasa con el tiempo. Cada minuto lanzado por los aires se convierte en un minuto de trabajo apasionado, de pensamiento fértil y sin tregua, ¡de lanza de fuego intelectual!
Bueno... quizás exagero, pero como ven, he perdido apenas unos pocos segundos y ya me siento eufórico, ya creo que podría escribir no uno, sino dos ensayos hoy mismo, 6 horas pa' uno y 6 pal' otro. Y listo y me doy el lujo de que me sobre tiempo. Esta euforia tiene que tener algún sentido. Me pongo a pensar y recuerdo aquellas borracheras donde uno piensa en arreglar al mundo, lanzarse a presidente o montar un negocio infalible - como revolucionar la industria de las obleas y dominar el mercado nacional, reinvirtiendo la gigantesca ganancia. Sólo por poner un ejemplo. De hecho, perder el tiempo pensando en tonterías es tan estimulante, que no hace falta tomar más que un café. El dichoso café que puede terminar siendo un jugo sin azúcar. Porque ahora la gente tiene unos hábitos extrañísimos.
Recuerdo vagamente la contemplación, que es la única forma de perder tiempo que no me pone eufórico. Contemplar, dejar que la mirada se pierda entre las capas de la realidad, la memoria y el tiempo, para atravesar cada segundo y multiplicarlo en ensoñaciones. La contemplación, ya lo saben muchos de ustedes, es mi otra actividad favorita. Pero por razones distintas. Rompe la lógica aritmética del tiempo, hace que uno se proyecte en un lugar fuera de los límites del aquí y el ahora, en un vacío somnoliento y aplastante.
Pero bueno, luego de perder un par de minutos, ya me siento listo para escribir mis últimos ensayos académicos. Quizás los últimos en mi vida. Y no podían terminarse con calma, con planificación acertada y frialdad anglosajona.
Esto se termina con dramatismo, bailándolo pegao, sin saber si viene una cachetada o un beso apasionado. Así, con la vida, no se pierde el tiempo, se desliza una mano por el brazo de la responsabilidad, se le sujeta la cintura a la culpa y con un gesto de torero histérico se planta uno sobre el suelo: como si con ese paso se detuviera el flujo de la vida. Para distraer la existencia de sus obligaciones con una vuelta, y luego, dejándole caer en nuestros brazos, atrevernos a darle un beso.
¡Váyalo!