Después de tanto tiempo sin publicar, el panorama cerebral se muestra árido y disoluto. Sería poco honesto dejar a un lado una de las razones de la aridez, que no es otra que la presencia de la mitad de este desierto neuronal al otro lado del Atlántico. Finalmente, luego de más de un año, el sueño de cursar un postgrado trasatlántico está por cumplirse, queda en manos de Dios - y de CADIVI - que todo siga el curso que ha sido trazado por los propios méritos y la ayuda de decenas de buenas personas y amigos. Seamos honestos, nos gusta el toque de reto que le da este país a todo, incluso estacionar el carro.
Quizás es eso lo que nos distrae de cosas más importantes, lo que ha planificado con minuciosidad enfermiza el dueño del status quo para hacer que este país siga un curso infernal. Algunos piensan – en una proporción pseudomiti-miti – que quienes han trazado el rumbo hacia el abismo han sido sus respectivos contrincantes políticos. Sin embargo, pareciera haber una presencia aún más grave, extraterrena, oscura y melancólica, que a ritmo de vallenato llorón, solloza complacido y triste por el final de un sueño, verlo hundirse lentamente en un pozo de brea pestilente, mientras los habitantes del barco pelean entre sí, gritándose, discutiendo acerca de quién los llevó a ese pozo y cómo llegaron a ese lugar.
Los actuales ocupantes de la nave discuten sin cesar acerca del deterioro moral y espiritual del país. Y cada cual plantea que bien, esto es asunto de responsabilidad exclusiva de quienes gobernaron antes – al parecer a los 6 años yo también estaba en ese lote – y quienes gobiernan – quienes según los del otro lado, en 10 años han logrado destruir la gran maravilla que habían hecho. Y no, no me odien por favor, que según los rojos estoy de su lado.
Pero, sin ánimos de ser aquellos terribles seres que sólo se quejan sin hacer nada, cada vez que pienso en oposición recuerdo al dedo gordo. El famoso dedo pulgar. El maravilloso dispositivo que nos aleja de los terribles, estúpidos y peludísimos monitos. Sí, se le llama "pulgar oponible". Puede seguir un curso radicalmente diferente al del resto de la mano. Y puede hacer que la mano haga cosas que no haría sin dedo gordo. Como martillar con algo de precisión, sujetar un trapo mugriento con asco, o un pañal usado con asco. En fin, la famosa "pinza fina" que, acompañado de un rostro halado hacia el cuadrante central superior, es signo ineludible de una profunda experiencia escatológica.
Es entonces, lo que me inquieta. Lo que me aseguro a mí mismo. Tesis desquiciada: sin la "oposición" esta mano habría hecho cosas muy diferentes. La toma de decisiones, supuestamente asume costos y beneficios, riesgos calculados. Sin embargo, desde hace algún tiempo siento que esta tesis se ha deteriorado, y se piensa que este país es tan divino, que Jesús sigue asumiendo los costos de nuestras acciones.
Hay algo, aparentemente, en alguna parte de nuestro inconsciente latinoamericanojudeocristiano que nos hace pensar que si hacemos algo a contracorriente, alguien más, seguramente el pobre Jesús, será el que asumirá el costo de nuestra rebeldía. Se ha llegado a la idea absurda de que se puede hacer revolución sin oposición y de que se puede hacer oposición sin represión. Como si la diferencia radical de ideas fuese conciliable con unas buenas palabras, unas palmadas en el hombro y una sonrisa pajúa. Porque claro, somos gente solidaria, alegre, de buenos sentimientos. Aunque, también cada acción de cambio, cada promesa de giro de timón reposa, no sólo en la absurda esperanza de que el costo lo asumirá alguien más, sino también sobre la oscura certeza de que un movimiento en falso puede costarnos la permanencia en esta vida.
Hay mitos que derrotar, acerca de nuestras propias bondades. Mitos como la solidaridad - que hace que miles de personas vaguen hambrientos sin ayuda -, como la alegría - que tiene las calles desiertas a las 9 de la noche -, como la simpatía - que no le gusta mirar a la cara en la calle ni dar los buenos días-, o el mejor de todos, la atención - que hace que 9 de 10 mesoneros odien a sus clientes, aunque no sean caprichosos.
Y claro, dirán ustedes, qué sencillo armar este zaperoco cuando uno se va, ¿no? Pues no, es una manera de decir, cuiden este coroto mientras llego, sin nada de Fe en que nadie pare media bola.