El día de hoy he llegado a acumular suficiente absurdo para articular un nuevo post en esta, la pipa con menor contenido de sustancias peligrosas para la salud, disponible en el mercado internacional.
En apenas un par de semanas - el 2009 promete - se han podido desencajar diferentes piezas del reloj de esta bomba de tiempo que es nuestro querido mundo.
Furia centrífuga de emociones sin cuartel.
Estamos en tiempos de entrelazamiento, de tradiciones al borde del abandono, de rebeldías nuevas y todo esto al margen de lo trascendental, radicado profundamente en lo banal.
La importancia de la apariencia, del buen vestir, de los buenos modales, la cortesía, el respeto a las pequeñas cosas, lo que suele llamarse “educación” en la vida coloquial está entrelazada con algo que está pronto a sustituirle. Muchas tradiciones han ido desapareciendo, y mientras no nos parezcan totalmente exóticas o fuera de lugar nos parecerá que estamos dejando que muera algo importante de nuestras identidades.
La confianza en los colectivos sigue fluctuante ante nuestros ojos. En general, podríamos decir que los partidos políticos siguen teniendo aspectos bastante dudosos, las fundaciones con enfoque caritativo dejan cosas que desear y los grupos políticos de corte no partidista sino más bien de orden violento tienen poca legitimidad de calle. Otras instituciones de otro corte, como la iglesia o la masa informe que conforman los medios de comunicación social corporativos y los comunitarios han visto sus legitimidades individuarse de manera profunda.
En cuanto al orden de las cosas en nuestro país, la pregunta es: ¿la democracia es importante en Venezuela?
La democracia como modelo político no luce necesariamente como el favorito de los venezolanos y las venezolanas. Tampoco es el más cómodo. La democracia, y particularmente una democracia de izquierda auténtica, requiere de una alta tolerancia a la incomodidad, lo cual no abunda particularmente en nuestro país. Y no me refiero al discurso auto-narcótico de algunos círculos dentro de la denominada “oposición” respecto a la imposibilidad del comunismo en nuestro país porque al venezolano le gusta comprar como loco.
Voy por la playa del frente, el asunto incómodo de la democracia es que hay que proponer desde liderazgos atomizados para que el sistema esté sano. En una democracia de corte zurdo se necesita de la circulación de acciones e ideas espontáneas pensadas en función del bien común. También atomizadas en cientos de miles de personas orientados a mejorar la vida de millones de personas a su alrededor.
Sin embargo, estas acciones no suelen visibilizarse y articularse en nuestro entorno político. De hecho, todo lo bueno y lo malo de nuestro peculiar ambiente de partidos y elecciones gira en torno de la figura del presidente, de manera prácticamente exclusiva. Entonces, la democracia ¿ofrece algún valor configurador a nuestro sistema político?: Sí, pero sobretodo a la fachada.
Más allá de la frase famosa de Bolívar respecto a la permanencia prolongada de un ciudadano en el cargo presidencial – a lo cual sucedió, unos años después, la autoproclamación de Bolívar como Dictador – el afianzamiento de la noción de importancia de un líder único que unge con su palabra las iniciativas de los diferentes colectivos de un país y maldice los otros nos coloca en un punto donde resulta sumamente adverso el construir una cultura democrática de liderazgos que puedan coexistir desde diferentes aristas de manera más o menos pacífica y simbiótica orientadas desde el principio del bien colectivo.
En apenas un par de semanas - el 2009 promete - se han podido desencajar diferentes piezas del reloj de esta bomba de tiempo que es nuestro querido mundo.
Furia centrífuga de emociones sin cuartel.
Estamos en tiempos de entrelazamiento, de tradiciones al borde del abandono, de rebeldías nuevas y todo esto al margen de lo trascendental, radicado profundamente en lo banal.
La importancia de la apariencia, del buen vestir, de los buenos modales, la cortesía, el respeto a las pequeñas cosas, lo que suele llamarse “educación” en la vida coloquial está entrelazada con algo que está pronto a sustituirle. Muchas tradiciones han ido desapareciendo, y mientras no nos parezcan totalmente exóticas o fuera de lugar nos parecerá que estamos dejando que muera algo importante de nuestras identidades.
La confianza en los colectivos sigue fluctuante ante nuestros ojos. En general, podríamos decir que los partidos políticos siguen teniendo aspectos bastante dudosos, las fundaciones con enfoque caritativo dejan cosas que desear y los grupos políticos de corte no partidista sino más bien de orden violento tienen poca legitimidad de calle. Otras instituciones de otro corte, como la iglesia o la masa informe que conforman los medios de comunicación social corporativos y los comunitarios han visto sus legitimidades individuarse de manera profunda.
En cuanto al orden de las cosas en nuestro país, la pregunta es: ¿la democracia es importante en Venezuela?
La democracia como modelo político no luce necesariamente como el favorito de los venezolanos y las venezolanas. Tampoco es el más cómodo. La democracia, y particularmente una democracia de izquierda auténtica, requiere de una alta tolerancia a la incomodidad, lo cual no abunda particularmente en nuestro país. Y no me refiero al discurso auto-narcótico de algunos círculos dentro de la denominada “oposición” respecto a la imposibilidad del comunismo en nuestro país porque al venezolano le gusta comprar como loco.
Voy por la playa del frente, el asunto incómodo de la democracia es que hay que proponer desde liderazgos atomizados para que el sistema esté sano. En una democracia de corte zurdo se necesita de la circulación de acciones e ideas espontáneas pensadas en función del bien común. También atomizadas en cientos de miles de personas orientados a mejorar la vida de millones de personas a su alrededor.
Sin embargo, estas acciones no suelen visibilizarse y articularse en nuestro entorno político. De hecho, todo lo bueno y lo malo de nuestro peculiar ambiente de partidos y elecciones gira en torno de la figura del presidente, de manera prácticamente exclusiva. Entonces, la democracia ¿ofrece algún valor configurador a nuestro sistema político?: Sí, pero sobretodo a la fachada.
Más allá de la frase famosa de Bolívar respecto a la permanencia prolongada de un ciudadano en el cargo presidencial – a lo cual sucedió, unos años después, la autoproclamación de Bolívar como Dictador – el afianzamiento de la noción de importancia de un líder único que unge con su palabra las iniciativas de los diferentes colectivos de un país y maldice los otros nos coloca en un punto donde resulta sumamente adverso el construir una cultura democrática de liderazgos que puedan coexistir desde diferentes aristas de manera más o menos pacífica y simbiótica orientadas desde el principio del bien colectivo.
Por los momentos quizás quede luchar por lo incómodo, por lo justo, por la renovación permanente de nuestro modelo de convivencia, incluyendo su fachada.