El poder de la palabra ha venido nuevamente a colación. Bien sea un entusiasta estudiante de clase media, bien sea el mismo presidente de la república, el poder de la palabra se manifiesta, o más bien, se hace palpable, en las acciones que se coordinan mediante la palabra.
Como diría Habermas, la acción comunicativa es la acción que coordina acciones, es una coacción sin coacción. Recientemente palpamos el poderoso efecto de la palabra. Los resultado del referéndum parten de un hecho comunicativo muy claro. Un sector político logró mayor convocatoria que el otro gracias a una ligera ventaja persuasiva. Con menos esperanzas de victoria, con menos fe en las instituciones, con carencias generalizadas de liderazgo político, se mostró que un mensaje sencillo, directo, dirigido desde diferentes voceros en simultáneo a una gran diversidad de personas generan resultados. Tan inesperados, que algunos dirigentes que deberían ser expulsados de la esfera pública por la oposición, llamaron al desconocimiento de los resultados publicados, antes de que se publicaran.
La paciencia de un grupo de jóvenes fue mucho más grande que la de voceros de política antañera, hablando de "alternabilidad republicana", como si eso le importara a alguien en este país. La movilización política transcurrió por el camino sencillo: los más creen en unos pocos y por adherencia a lo que son, hago lo que dicen, con mayor o menor convencimiento.
El desconocimiento de la propuesta de reforma y de las características propias del referéndum fue amplio en ambos sectores, tanto los que lo apoyaron como los que no. Una gran parte de ambos establecía vínculos causales entre la reforma y la igualdad, o entre la reforma y el castro-comunismo. De la misma forma, con la colaboración directa del Presidente, el referéndum se convirtió en un plesbicito, donde se jugaba no solo la reforma, sino la fidelidad de los seguidores del Presidente.
La carencia de política, así con "p" y no con "P", es notoria. La adherencia a personas y no a propuestas, es más un fenómeno del entretenimiento. Las propuestas, en el show business son tomadas en cuenta solo por críticos que conversan respecto a banalidades. Se observa con detalle acucioso el sudor frío en la frente del Presidente al reconocer la derrota, sus puños enrojecidos, las diatribas de pareja generadas que terminan afectando a la pequeña Rosinés y si alteramos un poco la trama, podríamos estar hablando de Britney Spears y Kevin Federline, solo que en este show que es Venezuela, se juega el destino de un país, no el de dos multimillonarios y sus respectivas familias y descendientes.
Pero bueno, podemos seguir con el show, nuestro artista principal dijo una grosería por tele y después de las fiestas estamos listos a participar en el show callejero gratuito de la movilización política. Y claro, por supuesto que hay millones de personas que están comprometidos con la causa, con su proyecto y el de sus compañeros de lucha. Pero esto es acerca del poder de la palabra y la acción coordinada, con resultados concisos, que siempre tiene su lado entretenido en Venezuela. El cuidado, que podríamos considerar, es que el show no se coma la trascendencia.
viernes, diciembre 07, 2007
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